Absolutamente. De las entrañas de aquel "Me Declaro Falso Poeta en NY", espoleado por la visión generosa del gran Faustino Lobato, que intuyó algo más allá del ruido, algo visceral y auténtico, surgió un poemario aún más descarnado. Un puñado de versos arrancados directamente del alma, sin el bozal de la corrección, sin el maquillaje de los adornos, incluso a veces olvidando las humildes tildes en su urgencia por ser. Nació "FALSO POETA EN NY" (el pseudo_poemario), la savia más cruda y sin domesticar de aquella pseudo-novela.

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En sus líneas palpita la urgencia de llenar vacíos que, en su negrura abismal, parecen tragarse cualquier intento de colmación. Agujeros negros del alma, insaciables, devoradores de instantes y afectos. Y en el centro, ellas: las amantes, los amores fugaces, la búsqueda desesperada en la piel ajena de un eco de plenitud que nunca llega. Mujeres, un torrente de mujeres que, ironías del destino, primero encendieron la llama de la inspiración y que, en un futuro no muy lejano, se convertirán en la sombra de celos corrosivos, en el eco amargo de un pasado que persigue al presente.

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Este poemario fue un grito primario, una necesidad de vomitar al papel las entrañas. Quizás entonces enamoró por esa crudeza, por esa falta de barniz. Pero la vida, con su peculiar sentido del humor, tiene la extraña costumbre de convertir los antiguos encantos en fantasmas que nos acechan. Y estas palabras, nacidas de la necesidad de llenar un vacío, paradójicamente, señalarán la imposibilidad de hacerlo realmente en espejos ajenos. Un recordatorio, quizás, de que la verdadera plenitud, si existe, debe germinar en el propio yermo interior, lejos del espejismo de los agujeros negros que todo lo tragan sin jamás saciarse.