[ALMA DESPIERTA... DESPERTA FERRO]
- DAVID KÖEMMAN
- 25 abr
- 6 Min. de lectura
"No hay mayor revelación que la que nace del cuerpo roto y el alma despierta"
Hay cosas que, si no las vives, no las puedes comprender. No importa cuánto te las expliquen, cuánto leas o cuánto te prepares. Hay experiencias que solo se entienden cuando atraviesas el incendio... y no ardes, sino que te conviertes en fuego.
Hace un año mi vida era otra. Estaba en pareja. Tenía una rutina, unas certezas, unas ideas sobre el amor, el futuro y sobre mí mismo. Pero en junio, el suelo se me rompió: la relación terminó. Tres años de vida compartida, de proyectos, de latidos en común, se disolvieron. Y con la ruptura no solo se fue una persona: se fue una identidad, una ilusión, una parte de mí.
Luego vino el cuerpo. En septiembre me amputaron parte del pie derecho: un dedo y el metatarsiano. El 16 de septiembre, justo el mismo día en que, diez años atrás, volví a nacer tras una parada cardíaca. Como si la vida me quisiera recordar que sigo aquí por algo que no he terminado.
Y por si no fuera suficiente, un mes después, el 8 de octubre —el mismo día que murió mi iaio Kike—, entré a quirófano para una operación triple: me extirparon casi todo el estómago, 4 metros de intestino y me hicieron un bypass gástrico. Una cirugía de altísimo riesgo, —a la cual el cardiólogo se oponía debido a mi historial cardiaco y coronario—pero necesaria para eliminar una diabetes severa que ya me estaba quitando la vida por dentro.
Hoy, siete meses después, puedo decir que ya no tengo diabetes. Fue como resetear el sistema completo. Como si me hubieran arrancado de un cuerpo viejo para poder habitarlo de nuevo… desde otra conciencia.
Y entre hospitalizaciones, sondas, batas y quirófanos, algo pasó.
La semilla del budismo que estaba plantada en mí desde hace años —y que había regado con enseñanzas, viajes, silencios y conversaciones con Lamas y Rinpoches— germinó. Ya no como teoría, sino como vivencia directa.
Aprendí la diferencia real entre dolor y sufrimiento.
Porque sí, el cuerpo duele. La soledad punza. La incertidumbre asusta. Pero el sufrimiento... el sufrimiento es elección. Es una interpretación. Un modo de resistirse a lo que ya está ocurriendo. Una pelea absurda con la realidad.
Y cuando dejas de luchar, algo se suelta. No hay más drama. Solo hay ahora.
No fue magia. No fue fácil. Fue un proceso de quebrarme por dentro para ver lo que había en el fondo. Y en el fondo no había oscuridad. Había una claridad que no sabía que existía. La misma que compartieron conmigo el Lama Wangjor y Do Tulku Rinpoche este verano. La misma que no se enseña en libros, sino que se revela cuando ya no te queda nada más a lo que aferrarte.
Como decía Tesla: "Cuando comprendas que toda opinión es una versión cargada de historia personal, empezarás a comprender que todo juicio es una confesión.”.
Y yo añadiría: "también juzgan el sufrimiento que no comprenden porque no han tenido el coraje de mirar el suyo". Pero lo que no saben es que todo juicio es, en realidad, un espejo. No opinan sobre ti. Opinan sobre lo que no saben sostener dentro de sí.
A veces me preguntan cómo estoy. No sé bien qué responder.
Estoy vivo (que dista mucho de respirar). Pero no como antes. Soy otro. Habito otro cuerpo, otra mirada, otra alma.
Aún tengo dos operaciones pendientes en los ojos por las secuelas de la diabetes. Confío en que saldrán lo mejor posible. Pero ya no tengo miedo. Porque entendí que el miedo solo vive en la anticipación. En el "y si...".
Y ahora vivo en el "así es".
Así que si estás leyendo esto y estás en una etapa oscura, confusa, en duelo, enfermo, roto, solo o perdido… no te preocupes por sanar aún. Solo aprende a respirar ahí. A observar sin juicio. A no contarte la historia que tu ego repite para mantenerte en la queja.
Solo atraviesa. El cuerpo sabe. La vida también.
Porque no siempre hay que “salir” de la zona de confort.
A veces, la verdadera valentía es sentarse dentro de ella y mirar la sombra sin huir.
Porque no hay nada que sanar.
Solo hay que encender la luz.

⚕️ Segunda parte: la vida después de la cirugía
La segunda parte está siendo muy dura, lo he de reconocer, si se ve con ojos ajenos. La recuperación metabólica lleva su tiempo —según los especialistas entre 2 y 4 años— hasta normalizar y equilibrar hábitos, hormonas, y funciones de las glándulas. Estoy adaptándome a un cuerpo completamente nuevo. Uno que pesa 57 kilos con una altura de 1,85 metros. Todo huesos. Todo fragilidad.
Vivir con un cuerpo tan débil implica mareos constantes, desmayos, caídas, una sensación de vacío tan física como emocional. También hay ausencia de voz, una disminución importante de la capacidad pulmonar, agotamiento crónico y una limitación casi total de la movilidad: no puedo salir de casa, y llevo casi un año encerrado, saliendo solo para visitar médicos y poco más. Uso pañales las 24 horas y dependo constantemente de ayuda para muchas cosas.Y ver que lo único que te ofrecen los médicos es una lista de proteínas, suplementos y una buena dosis de paciencia, que a veces parece rozar la sobredosis.
Y dentro de esta dependencia extrema, me siento profundamente agradecido al apoyo de los Servicios Sociales, que han estado presentes —y están—, y a la única familia de verdad que ha demostrado estar cuando realmente la he necesitado: mi tía Reme. Ella ha sido faro y sostén, atenta a cada necesidad real, sin palabras vacías, sin ausencias disfrazadas. Solo amor en acción.
La gente cree que por contestar un WhatsApp o escribir este extenso post, estoy bien y guardan en su retina ese personaje que fui, de carácter incansable, creativo y mega-productivo y lo que no saben que me representa un gran esfuerzo forzar mi vista y teclear, pero aún así y todo, esa alma que no está dañada, —sino depurada—, está mejor que nunca. Pero repito...hay que vivirlo.
Incluso en este proceso tan complejo, hay belleza. Porque en estos casi 8 meses he escrito 5 libros. Todos nacidos de esta experiencia. Todos como mapas para que otros puedan entender cómo tratar a alguien que lo está atravesando... y también cómo ese alguien puede atravesarse a sí mismo sin perderse.
Porque cuando tu cuerpo se cae, también se abre el alma. Y salen heridas viejas, de infancia, de vínculos, de identidad. Y te toca mirarlas. Y no con juicio. Con ternura. Con decisión.
Durante este proceso ha sido clave el acompañamiento de mi psicóloga, Mónica Cortés. Con una delicadeza firme y una profundidad respetuosa, ha sido faro y bastón, ayudándome a desenterrar las raíces de tanto dolor y a no perderme entre los escombros de lo que ya no soy. No es fácil sanar todo junto, ni es algo que se hace en soledad. Por eso agradezco su presencia, su escucha y su saber.
Y si tú que lees esto te preguntas cómo estar cerca de alguien que pasa por esto, te dejo algo que he aprendido:
🫶 Cinco formas de tratar con empatía a alguien en recuperación profunda:
Escucha sin interrumpir. A veces el mayor acto de amor es no decir nada.
Evita los consejos no pedidos. No intentes "arreglarlo", solo acompaña.
Pregunta: “¿Qué necesitas hoy?”. No des por hecho nada.
Sé paciente con sus emociones. Habrá días de rabia, otros de silencio, otros de gratitud.
Hazle sentir útil y visto. No somos nuestras enfermedades, ni nuestros diagnósticos.
🧠 Y cinco formas de entender que la gente lo hace lo mejor que puede, aunque duela:
Cada uno actúa desde su nivel de consciencia, no desde tu expectativa.
El amor no siempre sabe expresarse bien, pero eso no lo invalida.
El que hiere, muchas veces también está herido.
No te lo tomes personal: el otro es un universo que no conoces del todo.
Aceptar no es aprobar, es dejar de pelear con lo que es.
Seguimos...
Gracias por leerme.Gracias por no juzgar.Gracias por compartir este camino conmigo.Todo esto no es el final. Es apenas el principio.El principio de otro tipo de vida.