top of page
Buscar

[LA LIMOSNA DEL CREADOR]




En este país, cuando un artista saca algo nuevo, lo primero que se escucha es:

¡Qué bonito! ¿Dónde lo puedo leer o escuchar gratis?


Y uno, que ha pasado años meditando entre Lamas, clínicas, sueños rotos y amaneceres en silencio, acaba apretando los dientes antes de soltar el clásico:

"Házme un Bizum."


Pocas cosas me hacen sentir tan incómodo como tener que mendigar por mi trabajo. No por orgullo. Ya que no me queda mucho. Sino por el conflicto profundo que se activa cuando el alma pone precio a lo que brotó de su herida.


Porque escribir —crear— no es solo juntar letras o pintar en digital. Es dar forma a lo invisible, a veces desde el dolor más íntimo. Es abrir las costillas y sacar el fuego con las manos. Y luego, con humildad, presentarlo como ofrenda.


Pero en este rincón del mundo, donde aún arrastramos siglos de culpa católica, de silencio franquista y de precariedad romántica, parece que el arte debe ser gratuito… como el sufrimiento.


Lo llamamos vocación. Lo llaman “hacerlo por amor”. Y sí, hay amor. Pero también hay facturas, cansancio, operaciones de cataratas y arroz que cuesta dinero.


Me pregunto si no será esto un conflicto espiritual mal digerido. Como si cobrar por lo que nace del alma fuera impuro. Como si el valor de una obra no pudiera coexistir con un precio justo. Como si pedir algo a cambio fuera ensuciar lo sagrado.

“Confundimos el valor con el precio. Lo importante no es cuánto vale algo, sino cuánto te transforma.”

Y eso es justo lo que ocurre. Lo intangible, lo que remueve, lo que despierta... sigue sin encontrar espacio en la economía práctica. Es como si hubiera que elegir: o te consagras al arte o pagas el alquiler. Las dos cosas a la vez... incomodan.


Pero esto no es culpa de la gente. Nos falta educación emocional y cultural.

Nadie le enseñó a un chaval de 20 años a valorar el proceso creativo. Nadie le explicó a una mujer de 60 que una historia puede ser medicina. Y que un poema puede aliviar más que un ibuprofeno.


Por eso, en lugar de exigir, eduquemos. Explique usted, creador, lo que cuesta lo que hace. No solo en horas, sino en alma. Cuente que ese libro no salió en un fin de semana de inspiración, sino tras llorar en una cocina vacía. O en un retiro donde no hablaste con nadie, pero te entendiste contigo.


Y sí, pida el Bizum. Pero que no suene a limosna. Que suene a pacto sagrado.

Tú me das tu escucha, yo te doy mi verdad. Tú me das tu gratitud, yo te doy mi arte.

Y si puedes, me das 17 euros. Que es lo que vale una pizza mala que encima te mata.


O quizás no.

Quizás el arte no se paga. Se honra.


{David Köemman}©


 
 
bottom of page