{BAJAR DONDE EMPIEZAN TODAS LAS ESCALERAS]
- DAVID KÖEMMAN
- 30 abr
- 3 Min. de lectura
"BAJAR DONDE EMPIEZAN TODAS LAS ESCALERAS"... una de las grandes frases —entre muchas— de las que usa el protagonista de "TIM" la nueva novela de Ray Loriga.
Este autor y escritor con el cual me veo muy reflejado, a nivel artístico y sobre todo personal, me ha tocado el alma, ha regresado a mi en forma de buen karma, de hacerme pensar, reflexionar -más si cabe- de lo que hago a diario. Cada día, más veces al día, me pregunto si esto que hago —escribir, contar, remover palabras como quien revuelve brasas a ver si aún queda una chispa— sirve para algo. O para alguien. O para mí.

Y no, no es una crisis de escritor ni una pataleta de alma sensible. Es más bien un susurro continuo. Una especie de interrogatorio sin sala ni abogado defensor:
—¿Para qué escribes?—No sé.—¿Quieres que te aplaudan?—A veces.—¿Quieres salvar a alguien?—A veces también.—¿Quieres salvarte?—Ya no estoy seguro.
"¿Y si mi propósito no brilla, pero abriga?"
No estoy deprimido, ni triste del todo. Es una especie de cansancio que no duerme con la noche. Un cansancio de "vivir sin saber para qué". Como si hubiera caminado tanto que ya ni sé si la meta era real o solo un espejismo pintado en Google Maps.
Mi ego, ese viejo lobo con traje de luces, se lo pasaba mejor. Él sí que sabía divertirse. Tropezaba con todo —con mujeres, con ideales, con tragos, con mis propias palabras— como un borracho a las 7 de la mañana en la verbena de un pueblo que ya desmonta la orquesta tras su último "bis" que normalmente es "Chiquilla" de Seguridad Social. Caía. Pero al menos reía.
Ahora que intento caminar más despacio, en silencio, con conciencia, resulta que se me extraviado la risa por el camino. Como si hubiera dejado la sonrisa en una gasolinera de esas que no tienen tienda, ni café, ni humanidad.
"Escribo para no endurecerme. Para no convertirme en estatua de sal mirando atrás."
—¿Y si mejor dejo de hablar?—¿Y para qué hablar si no digo nada nuevo?—¿Y si mejor callo de por vida?—¿Y para qué callar si las palabras me han salvado más veces que las oraciones? Escribo para no endurecerme. Para no convertirme en estatua de sal mirando atrás.Escribo aunque no sepa bien para quién. Escribo porque, como dice Ray Loriga en su novela TIM, “Debo bajar donde empiezan todas las escaleras”.Y creo que eso es escribir: bajar. No subir. No triunfar. No brillar.
Bajar donde duele.Donde no hay palabras bonitas.Donde las respuestas no se gritan, sino que se escuchan con los ojos cerrados. Donde uno se enfrenta a la parte de sí que no se pone en Instagram. Mi duda no es si quiero seguir escribiendo. Mi planteamiento es si puedo hacerlo sin esperar nada. Sin mendigar sentido. Sin rogar que alguien me diga: “oye, esto que escribiste me cambió algo”.
Quizás escribir sea eso: lanzar una piedra a un lago que no vemos, y confiar en que haga alguna onda. Una. Chiquita.Suficiente.
Y si algún día recupero la sonrisa —esa que me era tan natural como bostezar al amanecer—, no será porque volví a ser quien fui, sino porque acepté ser quien soy ahora, aunque no lo entienda del todo. Hoy, al menos, bajé un escalón. Quizás mañana otro. Y así.
Y luego está esa otra losa: la de encontrar “tu don”, “tu propósito”, “eso que viniste a hacer a este mundo”.
Como si la vida fuera un programa de talentos y todos estuviéramos obligados a saber cantar, curar, emprender o iluminar masas. Se ha vuelto una especie de mandamiento moderno: descubre tu misión o fracasa en la existencia. ¿Y si mi don es simplemente estar? ¿Y si mi propósito no brilla pero abriga?
"Qué agotamiento intentar ser alguien cuando ya eres alguien, aunque no lo reconozca el algoritmo."
A veces pesa. Pesa muchísimo. Como si llevar una vida sencilla fuera un pecado, como si no dejar huella fuera una deshonra. Y entonces una parte de mí se obliga a escribir como quien se obliga a ir al gimnasio, a meditar, a sonreír cuando no quiere. Porque parece que si no creas algo útil, algo extraordinario, no mereces estar aquí. Pero qué cansancio este de querer ser útil todo el rato. Qué agotamiento intentar ser alguien cuando ya eres alguien, aunque no lo reconozca el algoritmo.
Yo también caí en eso. En buscar con lupa mi función en este engranaje, mi don escondido entre traumas y talentos, mi tesoro del mapa. Pero cada vez creo menos en buscar y más en dejar de huir. Porque a veces el don no es algo que se encuentra, sino algo que se deja hacer a través de ti. Y para eso hay que estarse quieto. O callado. O bajar la escalera, sí, pero no para llegar a ningún sitio, sino para estar por fin contigo, aunque duela, aunque no sepas qué decirte.
{David Köemman}©