[BEST SELLER VS MINDFULNESS]
- DAVID KÖEMMAN
- 2 may
- 3 Min. de lectura
BEST SELLER vs MINDFULNESS o la amenaza de publicar cada mes.
Tenemos todas las facilidades del mundo, los contadores de historias. Enormes plataformas a nuestro servicio que lo hacen tan bien, que nos hacen creer —u olvidar— que estamos al servicio de ellas. Nos otorgan porcentajes de beneficios sustanciosos y no tenemos que ocuparnos de nada, solo de comunicar, contar nuestros cuentos o, el que se considere escritor o poeta, escribir.

Solo somos felices cuando el teclado y la mente se conectan en un hormiguero de ritmo matemático.
Es cierto que a los que nos gusta esto de vivir del cuento, solo somos felices cuando tenemos el teclado y la mente conectados, y vemos cómo las letras se transforman en un hormiguero de ritmo matemático, acompañado de esa banda sonora del silencio en una habitación con luces de lamparita de mesita de noche. El resto carece de importancia... si no fuera porque hay que atender facturas a final de mes.
El juicio ajeno no es más que la acumulación de otros ruidos; lo importante es que el eco resuene dentro.
Pero... —en mí siempre hay un “pero”— juego con la ventaja de que, además de contar historietas, poner guiones a lo sucedido y andar full equip de memoria, también se me da bien eso de diseñar, ilustrar y maquetar. Así que la satisfacción para el ego es muy gratificante cuando el compendio de todo es justamente como uno deseaba. Esto ayuda a que importe muy poco la opinión ajena, que no deja de ser un juicio de lo acumulado por terceros, sin más.
Hoy he aprovechado, durante casi ocho horas sin descanso —de un modo autómata, rozando la meditación pero aplicando un mindfulness que ni el mismísimo Alan Wallace podría haber experimentado— para tratar cada Diálogos en Pune con total mimo: acariciando con papel sedoso de un color chakra “corona” (Sahasrara), con su correspondiente incienso indio de pétalos de rosa, e incluyendo una carta a cada lector con sorpresa directa desde los jardines del Ashram de Pune.
Bendecir cada libro, ensobrarlo y cargarlo de intención ya es un acto donde la paz te susurra que todo está en orden.
Puede parecer una tontería, pero bendecir cada libro, cargarlos con sonidos de cuencos tibetanos, ensobrarlos y pegar cada etiqueta deseando que se disfrute de la lectura, ya es un acto donde la paz te susurra al oído que todo está en orden. Y que no es una pérdida de tiempo.

Durante estos meses que llevo de adaptación y convalecencia física y metabólica —y los que me quedan aún— he aprovechado para desempolvar y rescatar de discos duros (que ya no lo son tanto) varios trabajos, algunos de hace casi doce años, desde que arranqué sin sentido a escribirlos. Y hoy, de forma oracular, mística o casi sagrada, se han ordenado para que los termine. Para que vean la luz y saboreen la tinta de impresión.
Por eso, cada mes, a modo de fanzine, aparecerá un trabajo de escritura creativa o automática, mientras deseo que mi cuerpo vaya caminando y creyendo en él mismo.
Mientras tanto, sigo formándome como educador social, storyteller, comunicador y en demás dotes que siempre me acompañaron… y que tuve que aguantar los comentarios hirientes que jamás podría vivir de ellas.
Algo no funciona bien cuando hablar de letras es cómodo, pero hablar de divisas nos hace titubear.
Aún no termino de entender cuál es la causa por la que el artista —quizás sea por el lugar, el país, el territorio— tenga que justificar su trabajo, cuando de un libro se pide menos de lo que cuestan dos cubatas de garrafón o un cuarto de gramo de coca.
Algo no funciona bien cuando los autores o creadores estamos cómodos hablando de letras… pero titubeamos a la hora de hablar de divisas.
{David Köemman}©