[CRECES A LO ANCHO O A LO ALTO]
- DAVID KÖEMMAN
- 25 dic 2024
- 2 Min. de lectura

¿Quién dijo que crecer espiritualmente era fácil?
Descubrir tus heridas de infancia es como abrir un baúl viejo que guardaste en el sótano y olvidaste por años. Lo haces pensando: “Esto será interesante”. Pero en cuanto levantas la tapa, te encuentras con fotos embarazosas, cartas que nunca debiste escribir y, quién sabe, tal vez un calcetín que lleva décadas preguntándose dónde está su pareja.
Es incómodo, sí. Pero, ¿sabes qué? Mirar esas heridas con compasión y sin juicio te convierte en una mejor persona. Es como pulir un espejo: no solo te ves más claro a ti mismo, sino que ayudas a que los demás se vean mejor en tu reflejo.
Y hablando de claridad, aquí es donde entra la espiritualidad. Los budistas tienen una historia divertida que lo ilustra. Un discípulo se acercó a su maestro y le preguntó:
—Maestro, ¿cómo puedo alcanzar la iluminación?
El maestro lo miró y dijo:
—Lava los platos.
El discípulo, confundido, insistió:
—Pero... ¿y después de eso?
El maestro respondió:
—Lava más platos.
Lo que el maestro quería decir (además de que tenía demasiada vajilla acumulada) es que la transformación ocurre en lo cotidiano, incluso en los momentos más mundanos, como las reuniones familiares navideñas.
Ah, las reuniones familiares. Esas épicas batallas donde puedes aplicar todo lo aprendido en tus meditaciones y terapias. Si estas fechas te ponen a sudar, aquí va un consejo: entrena como si fueras un monje budista entrando a un monasterio estricto. Practica paciencia con la tía que te pregunta por qué sigues soltero, compasión con el primo que monopoliza el karaoke, y humor contigo mismo cuando inevitablemente pienses: “¿Por qué no me quedé en casa con Netflix?”.
Incluso puedes convertirlo en un reto espiritual. Cada vez que alguien saque un tema incómodo, repite un mantra interior: "Esto también pasará". Y, por favor, no olvides respirar antes de responder (yo he fallado un par de veces estas fiestas y eso que estoy más solo que la una). Es un truco simple pero eficaz para evitar convertirte en una versión adulta de tu niño interior herido.
Al final del día, lo hermoso de trabajar en tus heridas es que no solo sanas tú, sino que ayudas a sanar las relaciones a tu alrededor. Y aunque tal vez no puedas evitar que la cena de Navidad termine con alguien hablando de política, sí puedes elegir cómo reaccionar.
Así que, este año, en lugar de evitar esas emociones que surgen durante las fiestas, abraza cada momento como una oportunidad para crecer. Porque, al igual que ese monje budista lavando platos, la magia está en aprender de lo que parece más simple.
¿Y tú? ¿Qué mantra repetirás este año durante la cena? 😄
[A] Señor dame paciencia, porqué si me das fuera, empiezo a repartir hóstias y me quedo sólo.
[B] Buda, dame paciencia… pero mándamela urgente, que si espero más, mejor mándame un abogado también.
[C] Por favor, que el mono que tengo en mi cerebro comience pronto a tocar los platillos.
{David Köemmman}©
BANDA SONORA DE ESTE POST: