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[DOMINGO DE PREGUNTAS INCOMODAS]



Es fascinante cómo las conexiones humanas pueden ser tan intensas y a veces tan inexplicables.

Dejar de relacionarnos con ciertas personas con las que sentimos "deudas" —ya sean morales, económicas o incluso kármicas— es un desafío, especialmente cuando vivimos desde una perspectiva espiritual. Parece que estas conexiones nos atan a lecciones que aún no hemos aprendido o a procesos que debemos resolver.


¿Por qué hay personas con las que no podemos ser nosotros mismos? Es como si su energía o su presencia despertaran algo en nuestro interior que nos desconecta de nuestra esencia.

Desde la psicología, podríamos hablar de traumas no resueltos o de proyecciones inconscientes. Quizás esa persona refleja algo que nos incomoda de nosotros mismos, o tal vez nos recuerda, incluso de manera sutil, a experiencias pasadas que dejaron marcas en nuestro subconsciente.


En contraste, el budismo podría señalar que estas personas actúan como espejos kármicos. Su presencia nos confronta con partes de nuestro ser que debemos aceptar, transformar o liberar. No es casualidad; cada encuentro tiene un propósito.

Y aquí está lo curioso: hay quienes, casi mágicamente, sacan lo mejor de nosotros, esa paz interna que ni sabíamos que llevábamos. Otras, sin embargo, parecen invocar nuestros demonios más oscuros. No porque sean "malas", sino porque tocan cuerdas sensibles que aún resuenan en desarmonía dentro de nosotros.


¿Es esto simplemente psicológico? Tal vez no del todo. En ocasiones, la energía de una persona puede no vibrar en sintonía con la nuestra. Es como si fueran melodías disonantes que chocan en lugar de armonizar. Esa sensación instantánea de afinidad o rechazo puede ser el eco de recuerdos, patrones, o incluso de conexiones de vidas pasadas, según el budismo.


Lo más impactante es que estas dinámicas suelen revelarse con mayor fuerza en la familia. ¿Por qué? Porque el entorno familiar no solo es el terreno donde se forman nuestros primeros vínculos, sino también donde se activa el "karma relacional". Aquí es donde aprendemos las lecciones más profundas y, muchas veces, más dolorosas.


¿Y qué hacemos con esas personas que desde el primer momento "no nos vibran"?

Quizás la clave no sea evitarlas, sino observarlas. Verlas como maestros, aunque incómodos, que llegan a nuestra vida para mostrar algo de nosotros mismos. Porque, al final, todo encuentro humano tiene un propósito: ayudarnos a crecer, a sanar y a entender que lo que vemos en los demás es, en gran parte, un reflejo de lo que llevamos dentro.



Por el contrario, las personas que muestran rasgos que nos desagradan pueden reflejar aspectos de nosotros mismos que no hemos aceptado o trabajado, lo que genera conflicto interno y externo. Además, las primeras impresiones, la comunicación no verbal y el "efecto halo" (donde un rasgo positivo o negativo influye en cómo vemos al resto de la persona) también juegan un papel.


Mi amado Budismo y con los maestros que me han dado refugio, enseña que nuestras relaciones están influenciadas por el karma y las conexiones de vidas pasadas. Según esta visión, algunas personas llegan a nuestra vida debido a "deudas kármicas" o porque debemos aprender lecciones específicas con ellas. Las relaciones armoniosas pueden ser resultado de acciones positivas compartidas en el pasado, mientras que los conflictos podrían ser oportunidades para resolver pendientes emocionales o espirituales.



Además, el Budismo nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras "percepciones mentales" influyen en nuestras relaciones. Si vemos a alguien con juicio, ego o apego, nuestra mente crea una barrera que dificulta la conexión. La práctica de la compasión y el entendimiento nos ayuda a superar estas barreras y a ver más allá de los aspectos superficiales, reconociendo la interconexión y el potencial de bondad en cada ser.


Por ende, tanto la psicología como el Budismo coinciden en que las relaciones son un espejo de nosotros mismos. Las personas con las que nos llevamos mejor suelen resonar con aspectos positivos o aceptados de nuestra personalidad, mientras que aquellas con quienes hay fricción nos muestran áreas que aún debemos trabajar, ya sea en esta vida o a nivel espiritual.


{David Köemman}©

 
 
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