[EL GORDO, MENOS GORDO]
- DAVID KÖEMMAN
- 22 dic 2024
- 4 Min. de lectura
-¿No te da miedo que la gente te critique?
-- No. Me da miedo que se rompa el extractor de la cocina cuando tengo una docena de gambas rojas de Dènia a la plancha y el aroma llegue a los vecinos y me llamen al timbre y tener que compartir... Eso es miedo.
Al paso que vamos creo que el título de "Gordo" refiriéndose al sorteo piramidal de navidades en el cual hacemos más rico a nuestro gobierno, y viendo de que forma estamos cada día más irascibles y con la piel más fina, me estoy oliendo que el próximo año tendrá otro título. Vease "gordofobia".

Este año es el primero en mi vida que me puedo ver las costillas y otras "cosas🍆"que estaban escondidas tras "carnes", han crecido en vez de menguar. Es el primer año que no puedo decir la broma de -no me importa tocarte... por lo de que te toque "el Gordo". Sí, sé que son chistes de "cuñao" pero cuando uno los hace se cree gracioso.
Esta mañana, como cada año, he colgado en la puerta de mis vecinos mi aguilando personal, dentro de un gorro de Papá Nöel, un buen turrón de Jijona a la piedra de mi buen amigo Miguel Ángel Miralles de GRATITTUDE, una velita aromatizada y mi escrito deseando todo eso que se desea por estas fechas.

La Navidad es más que luces y regalos -eso ya lo sabéis-; es un momento para detenernos y recordar que estamos conectados, que todos formamos parte de algo más grande.
Felicitar la Navidad no es solo una cortesía, es sembrar un pedacito de luz en el corazón del otro. Cuando dices "Feliz Navidad", estás diciendo: Te veo, te valoro, y deseo que encuentres paz y alegría en este camino que compartimos.
Es un gesto sencillo, pero su energía puede transformar un día gris en un momento cálido. Al felicitar, no solo haces feliz al otro, sino que también te abres a la gratitud, y esa conexión, aunque breve, enciende un poco más el espíritu de todos. Al final, dar felicidad también es recibirla.
Volviendo al principio del. post y seguramente viéndose reflejados alguien en este, me gustaría mostrar algo que descubrí en una de mis heridas de infancia, ya sanada, porque en 3 meses he bajado 30 kilos.
[Reírse de uno mismo es un arte sanador con raíces profundas]
Dicen que quien se ríe de sí mismo nunca le faltan motivos para estar alegre. Y algo de verdad hay en ello: practicar el arte de reírnos de nuestras torpezas, de esos momentos en que la vida nos deja en evidencia, puede ser el mejor antídoto contra el ego inflado y el drama innecesario. Pero ojo, que también hay que saber mirar qué hay detrás de esas risas. Porque, a veces, lo que parece humor también esconde heridas que todavía no han cerrado del todo.
[La risa como escudo y espada]
Reírnos de nosotros mismos es un acto de valentía. Es como salir al escenario con una linterna y apuntar directamente a nuestros defectos. ¡Mírenme, soy el protagonista de mi propia comedia de errores! Pero también puede ser una herramienta para desactivar posibles críticas externas. Si ya me he reído de mi mismo, ¿qué más podrían decir que no haya dicho yo? Es un movimiento maestro, como en ajedrez: "jaque mate" al juicio ajeno.
Sin embargo, el uso excesivo de esta estrategia puede tener un lado menos luminoso. A veces, nos reímos para evitar profundizar, para no tocar esas partes de nosotros mismos que nos duelen. Nos convertimos en bufones de nuestra propia historia, camuflando el dolor con carcajadas.
[La herida que se asoma entre las risas]
Detrás de la capacidad de reírse de uno mismo, muchas veces hay una infancia que nos entrenó para ello. Tal vez alguien se rió de nosotros primero, y aprendimos a adelantarnos para que doliera menos. O quizá crecimos sintiendo que nuestros errores no solo eran nuestros, sino también motivo de verguüenza para otros, y decidimos aligerar la carga con bromas.
La herida no se ve a simple vista, pero está ahí, como una cicatriz en el alma. Reírse de uno mismo, entonces, no siempre es un signo de seguridad; también puede ser un recordatorio de batallas internas que aún libramos. La clave está en saber diferenciar si estamos riéndonos por liberación o por protección.
[Cuando la risa se convierte en terapia]
Reírnos de nuestras metidas de pata, de nuestros pequeños fracasos y rarezas, puede ser profundamente sanador.
Es una forma de decirnos: “No pasa nada, no eres perfecto, y eso también es hermoso”. Pero también es importante que no usemos la risa como un muro infranqueable. De vez en cuando, debemos permitirnos mirar lo que hay debajo: ¿Qué historia está contando esa risa? ¿De dónde viene?
La próxima vez que te rías de ti mismo, hazlo con conciencia. Pregúntate si esa risa es un acto de amor propio o un intento de esconder algo que merece ser escuchado. Porque reírnos de nosotros mismos no solo es una herramienta de humor, también puede ser un camino hacia el autoconocimiento. Y, si se hace bien, puede transformar viejas heridas en nuevas fortalezas.
[¡Ríe, pero escucha!]
Al final, la clave está en el equilibrio. Reírse de uno mismo es maravilloso cuando se hace desde un lugar de aceptación. Es como decirle al mundo: “Sí, soy un desastre a ratos, pero ese desastre también es parte de mi encanto”. Pero también recuerda que, a veces, lo que necesita esa parte vulnerable de ti no es una carcajada más, sino una mirada amable y comprensiva.
Así que sigue riéndote, pero no olvides escucharte entre las risas. Porque quizá, solo quizá, lo que está pidiendo tu corazón es que lo abraces tan fuerte como abrazas tu sentido del humor.
[David Köemman]©