[FLOR DE MALVA VS MALA BABA]
- DAVID KÖEMMAN
- 8 may
- 4 Min. de lectura
Está siendo un mayo de los de antes, de tormentas y lluvias de primavera, frío al despedirse el astro rey y mañanas prometedoras. El ambiente es extraño, hay mucha gente crispada, y aunque intento asumir mi culpabilidad a través de aplicar la ley del espejo, no me convence esta fórmula que me conduce a caminos de autoflagelación y maltrato a mí mismo.

Ayer mi doctora me habló mal. Supongo que eso de llevar casada con el mismo tipo 40 años y follar menos que la gata del Vaticano —como decía y apostataba el gran Chiquito de la Calzada— no ayuda mucho. Me aterra ver cómo la humanidad se esfuma como un terrón de azúcar cuando toca el té caliente al caer en la taza.
Percibo envidia hasta de maestros, psicólogos, gente que me rodea. El simple hecho de sacar libros nuevos y que gente con la que has compartido aventuras, amores y batallas no sea capaz de felicitar o compartir su alegría por el logro ajeno... Y les aseguro que no es cuestión de ego ni juegos de vanidades, es un tema de agradecimiento, de ser persona. Sí, ya no hablo del ser, sino de saber colocarse una máscara bonita.
Esta tarde lo conversaba tras la pantalla del WhatsApp con Mónica Cortés, mi psicóloga de cabecera —sí, hay quien tiene libros en la mesita de noche, yo tengo una “Pepita Grilla” (que no grillà) sobre la bombilla de bajo consumo en mi dormitorio—.
No quiero ser ni parecer alarmista, pero con esta fumata blanca no puedo atisbar ni reconocer quién me desea mal o bien. Jamás imaginé que la desconfianza hacia los demás llamaría a la puerta, y mucho menos que mi corazón ya no aceptaría cartas certificadas del amor. Cerrado totalmente a tener relaciones.
Se me junta todo en este mes, el de las flores, en el que aterricé en este mundo que por aquel 1976 no estaba tan mal. No teníamos tanta cosa, pero no podíamos aburrirnos; y ahora nos aburrimos de no poder elegir ante tanta masa. Es curioso: ni tanto ni tan calvo.
No se lo van a creer, pero escribo de oídas. Llevo tantos años frente a una pantalla y un teclado —incluso en mis épocas mozas de gastronomía— que puedo escribir con los ojos cerrados. También es verdad que ayuda pasar de vez en cuando el corrector del WordPress o del InDesign. Como les decía, este mes paso de nuevo por quirófanos, revisiones, tribunales médicos de esos que te humillan constantemente y te hacen sentir un mendigo de algo justo. Menos mal que los servicios sociales de mi ciudad los forman seres con corazón, en el caso de Mar y Sara. Al menos poder verbalizar y que te comprendan es un camino allanado hacia la buena emocionalidad y asertividad.
Parece que el proceso metabólico se va equilibrando. Ya no pierdo 2-3 kilos por semana y mi cuerpo se ha plantado con las nuevas proteínas, jugando como quien salta de Pinto a Valdemoro o de Elda a Petrer, entre 58 y 61 kilos, que sigue siendo algo esquelético para un tipo de casi 1,85 de alzada, y un esqueleto que ya quisiera más de un zombi en The Walking Dead.
El lunes que viene cumplo 49 primaveras. Ya va siendo hora de darle la vuelta al jamón, aunque me da a mí que soy más un chóped de esos de aceitunas incrustadas que un buen Joselito. Pero no me importa, de eso se trata: de no llamar la atención. Quedan muy pocas cosas a mi alrededor, pero son las que tocan: mis hijos Alen y Enzo, con los cuales disfruto a través de videoconferencia estudiando, haciendo deberes, criticando a algún maestro gilipollas que, al igual que mi doctora, están oxidados con eso del Kamasutra, y lo pagan unos chavales que están hartos del sistema educativo obsoleto y repetitivo.
Los “buenos días” de Lore cada mañana, que pregunta de forma copia-pega: “¿Cómo estás hoy, Dani?” A sabiendas de mi respuesta, pero ella en el fondo sabe que un día la respuesta contendrá luz. Mi tía, que se ha convertido en la madre que jamás tuve. Y toda esa gente que va bajando la latencia y colocándome en su álbum del olvido con la excusa de que yo estoy en mi proceso y no quieren molestar... ya saben... excusas.
Pues la verdad es que sigue lloviendo ahí afuera. Me gusta pensar que el agua que filtra el alquitrán y el asfalto de las calles de este pueblo —que antes he tachado de ciudad, pero no tiene candidatura a serlo— llega a las puertas de un infierno carente de agua potable, y que algún día brotarán flores de malva frente al centro de salud.
A pesar de confesarme budista, me apetecía un Papa NEGRO o quizás un Papa Samurai —puestos a elegir— pero me es mucho más raro un Papa made in USA... Que Dios nos pille confesados o al menos con la muda limpia.
{David Köemman}©
HOY SÍ CON BADA SONORA: