top of page
Buscar

[JAPPY BERDEY CHÚ YÚ...]


No he sido nunca muy creyente con esto de la astrología, pero sí que veo, percibo y noto en mis huesos, más que en mis carnes, que este mayo va a ser un mesecito de limpieza y de cerrar muchos círculos. Hoy celebro mis 49 vueltas al sol desde que llegué a este desván o cajón desastre —más que de sastre—, que siempre recuerdo con nostalgia y mejor de lo que me lo habían pintado.


Me veo en esa Polaroid, rodeado de familia: los buenos ya no están, y los que quedan de esa instantánea descolorida me han acuchillado hasta la saciedad en la espina dorsal. Pero hoy es día de perdones, de celebraciones a solas, con esa seguridad que te da elegir la solitud en vez de la soledad.


Me veo, y sonrío. Qué rebonico era, y creo que aún queda algo de ese Dani que jamás creyó ponerse a la sombra de un tal David Köemman gracias a conocer a Alejandro Jodorowsky y conversar largas horas con él en Le Téméraire de París. Para más tarde descubrir por qué mi madre me quería poner el nombre de David y cómo, en una regresión años después, apareció el apellido Köemman… Demasiadas historietas fantásticas que, como suele decirse —y me daré la licencia de parafrasear—, “cualquier realidad supera la ficción”.


Veo a ese Dani, frente a la tarta de la Pastelería Agulló, esa torta de almendra bañada con un almíbar especial que solo el “Pastelero” sabía darle. Este año no habrá tarta de ese obrador. Han cerrado. Todo degenera, hasta el carácter y el buen corazón. Este verano pasado, antes de que mi vida pasara por una trituradora en modo “papeles de Bárcenas”, compartí cena con uno de sus herederos. Yo lo miraba con cariño, por formar parte de mis recuerdos con sus pasteles. En cambio, él se burlaba de mí con sus amigos. No es fácil que te toque silla vecina con un “perdedor” como yo y tener que saludarle o tratarle bien. Luego, el rencoroso soy yo, jajaja.


«Pues ese chicarrón que nació con seis kilos y pico, casi muerto, azul como me relataba mi abuela, con varias vueltas de cordón en el cuello, en la madrugada de aquel 12 de mayo del '76 en el Sanatorio de San Jorge de Alcoy —por eso confirmo en mi acta que llevo esa aura alcoyana, ya que el sanatorio, al ser de pago, oficialmente te abraza como Andorra a los youtubers—. ¿Quién le iba a decir a ese torito por dónde íbamos a caminar?


¡Danielet! Estamos a salvo, bonico, sin pelo, ahora con más huesos que un galgo pero con la mala hostia de un Rottweiler. Ya no somos perro ladrador, sino más bien verde. Verde esmeralda y esperanza. Ahora nos estamos ayudando a nosotros mismos, porque han sido demasiados años de superávit de entrega a los demás y de dejar en números rojos nuestra vida.


Hemos tenido muchos hijos, ¡todos unos cracks! No hay ninguno que se libre del triunfo, así que algo habremos hecho bien. Nos han amado muchísimo, hasta el punto de no creérnoslo e inventar excusas rellenas —como los canutillos de crema de las ventas en Navarra— para que nos dejaran. Hemos buscado a los padres que no venían a los fines de curso, ni a las reuniones del AMPA, ni siquiera a la confirmación cristiana, en otros que se llamaban “suegros”… y oye, ni tan mal. Aprendimos que por mucho que les amemos, jamás serán nuestros padres. Pero llegamos a morir apretando fuerte la mano de un pelotari —al que sigo amando y respetando—.


Hay compañeros de viaje que no han marchado. A veces a rebufo nuestro, otras nos adelantaban por la derecha, pero ahí han ido fluctuando sin dejar de dar señales de vida. Otros fueron mensajeros del destino, en otras ocasiones maestros. ¡Ahhh! Y ahora que te hablo de maestros… después de beber de casi todos los elixires del misticismo y esoterismo, desde el más rancio hasta la élite… somos budistas. Un poco extraños, un poco a nuestra manera, pero budistas al fin y al cabo. Hemos tenido que adoptar alguna etiqueta, ya que cuando estabas cortando esa tarta, nuestra primera tarta, no sabíamos de estas cosas del querer, del ego y la necesidad de identificarse para poder vivir en este holograma.


¿Te acuerdas de la tía Reme? Pues sigue ahí, ¡con dos ovarios!, mostrándome a diario el significado de ser una gran madre.


En estos momentos no nos diferenciamos mucho, choto —como nos llamaba la iaia Xelo—. Llevo pañal, como poco y puré o líquido, y me podría tomar esos biberones que tanto nos gustaban. Lo único que dejamos por el camino fue el chupete, que a los 12 años nos estaba deformando los dientes y ya tocaba dejar esa maldita droga de goma repleta de bacterias.


Hemos sido editores de revistas en el pueblo, pintado acuarelas, hecho exposiciones, de vendedores en mercadillos por mil pesetas al día —y que al final de la jornada nos revisaban los bolsillos por si les habíamos robado algo—. Montamos muebles en Torrevieja, fuimos chefs. Sí, chefs, pero no cualquier chef: de esos buenos que salen en revistas y el telediario. Hemos escrito muchos libros. Nos hemos convertido en poetas en Nueva York y en cuentacuentos deambulantes… buuuuf, hemos vivido mil vidas, Dani. No nos podemos quejar. Conocemos medio mundo y el otro medio lo intuímos.


También hemos dañado, sí. Hemos tomado decisiones con las cuales los resultados no han sido los que esperábamos. Y ahí descubrimos que 1+1 no siempre son 2. Ahora caminamos con más miedo, pero con más certeza.


Carinyet meu, angelet, no sé cuánto más durará este viaje, pero quiero que estés tranquilo, en paz, mi niño. Te he descuidado bastante. No ha sido por demencia, ni por abandono, ni menosprecio, sino que había demasiado ruido ahí fuera y no oía tus susurros de auxilio. Perdóname. Ahora estoy aquí. Espero no sea tarde. Espero poder verte de nuevo sonreír a carcajadas como cuando te tirabas pedos en el sofá de skay de la masía o cuando salían las brasileñas bailando en carnaval en el telediario y exclamabas: “¡Vaya melones!”, y el abuelo Kike se meaba de risa.


Quiero que vuelvas a vivir esos veranos de balsas, renacuajos, amigos que te abrazan y no te dejan atrás a pesar del pesar. Las cremas after sun después de tomar el sol en las playas de San Juan o Benissa, sentarse en las terrazas a tomar agua limón negro, o bajar a Muro a Helados Navarro a por sus castañas frías y cremosas.


Podría estar una vida relatándote cómo ha sido nuestro Transiberiano hasta los 49, pero creo —y me da— que después de este tour tendremos tiempo para sentarnos donde sea y, con dos vasos de horchata de arroz y unas coquetes fregides de la iaia, podremos contarnos intimidades.


TE AMO, MI NIÑO. TE AMO, MI DANI.»


{Attmente: David Köemman}©


 
 
bottom of page