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[TOM BARRET]



Tom Barret► da sorbos de café mientras conduce su vieja camioneta con más remolque que motor, y mientras, junto al teclado de mi iMac, intento ingerir en cuestión de muchas horas un minúsculo trozo de canelón relleno de carne picada que me ha cocinado con amor y preocupación mi tía. Me dedico a hacer tiempo de extraña digestión, sin un estómago que aún recuerda la necesidad de alimentarse de besos y centros de atención.


Los días dicen que se alargan, pero se acorta lo vivido y cada vez tienen menos importancia los sucesos y lo que sucede. A estas horas estarás bajando las persianas azules, y aunque me despedí, es inevitable que sigas de okupa en mi latir. La bechamel me recuerda, con su gratén, a esas noches de vino, rosas y juegos online de adivinar palabras: tú, yo y la luz de una pantalla inexorable.


¿Cuánto hace que no le dices a tu pareja que la amas? Que estás orgulloso/a de él/ella, un plan juntos, si todo es como se esperaba; reíros juntos de las hostias de la vida y la suerte de que, a pesar de todo, os cogéis fuerte de la mano. Uno de mis médicos hoy me comentaba de sus experiencias con Tinder. No sé cómo va eso, pero ahora que tengo un cuerpo normativo y mi cara no está mal, no voy a entrar a un mercado de abastos a colgarme como un cordero halal en un zoco de Marruecos.


El amor no puede depender de las heridas de la infancia; no puede surgir desde el desangrado del abandono, la injusticia, el rechazo y otras. En la soledad se puede encontrar tranquilamente el TEMU de las ofertas. Sí, a veces made in China, pero emociones al cabo.


New York me espera. No sé cómo lo voy a hacer, pero llegaré como elefante a su cementerio o cacharrería.



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[PSEUDO_POESÍA V]


[HERE] 


Los bordillos en New York 

son más altos, 

tan altos como los vértigos 

que me producen tus inseguridades. 


Cuando los taxis con su 

aspecto gualdo 

exprimen con sus gomas los charcos, 

ni una mísera molécula de agua puede rebasarlos. 


Aquí, 

en este lugar, 

sitio de vapores entre rendijas 

y subterráneos luminiscentes, 

siempre resucitas. 


Aquí, 

en New York, 

puedes comprar vida a peso 

y tiempo en latas de refresco. 


Aquí, 

lo único malo que hay, 

es que tu presencia es 

un simple sueño. 


Aquí, 

no se permite soñar, 

se sueña al venir. 

Al estar, 

se está.



 
 
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